Aquí estoy, sentada,
sin nada que hacer
y sin querer hacer nada.
Te sigo. ¿Me escuchas?
No puedo creerme dónde estoy parada.
En el mismo lugar, como si nada pasara.
Como si fuéramos locos, o extraños, o todo.
Como si tú no hubieras sido a quien tanto amaba.
Y sigo, sentada.
Te vuelvo a dar espacio,
después de tres puñaladas
que me tomé a broma, estoy descansada
y aún te preguntas, ¿por qué me fui? ¿qué esperabas?
Y por primera vez respondo sentada.
He vuelto a recuperar mi paciencia,
y sigo parada mirando al vacío, la aguja que avanza
y el tecleo de estas letras que engarzan mi alma.
Y aún creerás que no te quiero, que no me importas;
te preguntarás por qué he vuelto a remover tu hielo,
aquel por el que tantas veces besé el suelo.
¿Y acaso te piensas que no noto que te apartas?
Y duele. Duele ver cómo te mueves,
cómo eres el de siempre.
Yo te entiendo. Pero no puedo abrazarte
ni tenderte mi mano, como habría hecho antes, como siempre.
Pero ya no existe, por muchos recuerdos felices,
hay muchas más lágrimas tristes,
y tú no vendrás a preguntarme
cómo estoy, o si soy la de siempre.