Te ofrecí mis sueños y guardé
silencio. Me quedé
quieta y para ver cerré
los ojos y olvidé.
Tú esperabas una palabra
y yo un hecho
mientras mi corazón, deshecho,
entre sonrisas se ahogaba.
Tú mirabas la distancia
pero yo a mis pies no veía nada:
ninguna huella, ninguna pisada.
No había migas de pan que marcaran
el camino, ni siquiera las estrellas se mostraban.
Aturdidas, contemplaban
cómo éramos tú y yo, a cada extremo del puente
hecho de retazos de madera de alguien,
sí, yo, que quería ser más fuerte.
Te obligué a caminar
hacia el medio con el primer paso.
Te hice avanzar
por aquel puente inventado.
Y en el centro, al parecer, nos encontramos.
Pero, y aunque echamos a andar en armonía
debajo de cada sonrisa latía
un miedo, un sueño. El deseo
de que esta vez, tú andaras primero.
Y sin embargo, no cruzaste a buscarme
para darme la mano y llevarme
al centro del puente para tirarme y que saltara contigo
en aquel acantilado desde el que hoy escribo.
Me prometiste un futuro, un cuento.
Pero te olvidaste de algo primero:
pues para llegar al cielo,
hay que escalar primero.